El Tigre Blanco se estreno este 22 de enero en Netflix una mordaz sátira de la India moderna y como la lucha de castas aunque milenaria continúa fuertemente arraigada en las costumbres de las jóvenes superpotencias económicas. Una historia fascinante que desnuda hasta donde una persona es capaz de llegar para ascender en la pirámide social.
Pocas cosas pueden mellar la satisfacción de una historia de pobreza y riqueza bien contada, y El tigre blanco, adaptación de la novela ganadora del Booker en 2008, lo consigue. Adarsh Gourav interpreta a Balram, un don nadie de un pueblo de la India rural que decide liberarse de generaciones de pobreza convirtiéndose en el sirviente de sus ricos terratenientes.
Aunque el sistema de castas tiene cientos de gradaciones, Balram nos informa de que en la India sólo hay dos categorías que cuentan: las personas con “grandes barrigas” y los pobres chupópteros que las componen. Balram y su familia se encuentran en el tubo digestivo del sistema de explotación indio o, por decirlo de otra manera (a Balram le gusta la metáfora), son gallos en una jaula, inconscientes de su esclavitud, plácidos y condenados a la chuleta. Parece que nada de lo que la familia pueda hacer los sacará de su estado de pobreza.
Pero Balram está decidido a deshacerse de sus cadenas: convertirse en un “tigre blanco” de una generación y superar las restricciones de su entorno para triunfar, a lo grande. Gran parte de la película, narrada por un Balram mayor y más rico, narra su ascenso de trabajador manual y medio educado a chófer de una pareja india occidentalizada, interpretada con elegancia y brillo por Priyanka Chopra Jonas y Rajkummar Rao.
La película, al igual que el libro, es apasionada pero no ideológica en un sentido directo: no hay buenos ni malos definidos, y no se esgrime ningún sistema de gobierno como posible bálsamo. Aunque Balram crece adorando al “Gran Socialista” -un político al que se atribuye el cuidado de los pobres-, cuando por fin conoce a su heroína en la mansión de sus empleadores, ella se muestra tan cobarde como ellos.
Leaf Arbuthnot – Editor Tatler
Balram no es un santo de Slumdog: su empatía, su devoción y su celo reformador luchan con impulsos más oscuros y egocéntricos. En una escena muy intensa, Balram “echa” a un sirviente rival que lleva décadas haciéndose pasar por hindú (en realidad, es musulmán, y la traición de Balram le cuesta el puesto).
Al final, cuando el pobre se abre paso hasta la cima, es imposible no compartir su euforia por su impulso ascendente. Y la película hace un gesto juguetón -aunque no del todo convincente- hacia un futuro en el que la historia de Balram se repite ad infinitum en un escenario global, ya que la era del “hombre blanco”, se regodea, ha terminado; ahora son “el hombre amarillo y el hombre marrón” los que están en ascenso.
@citilennial Fuente: Tatler.com